Criminalización mediática en la
década del ’70: todos somos sospechosos
El 24 de marzo de 1976 a las 3:15
a.m. comenzó el sexto golpe de estado desde 1930 conducido por la Fuerzas
Armadas- Todos los programas de radio estaban pendientes de cada movimiento que
hiciera cualquier oficial y a las 3:21 de la madrugada ya era un hecho, los
militares gobernaban otra vez al pueblo argentino.
A las pocas horas se estaban
desmantelando todas las radios estatales comerciales y las dependientes del
Servicio Oficial de Radiodifusión y la LRA y sus filiales. Mientras que las de
radiodifusión argentina al exterior eran condenadas al anonimato. En ese mismo
día, a las pocas horas de lo sucedido llegaron distintos comunicados a los
medios de todo el país donde estaban los nombres de los “prohibidos” y de los
sospechosos.
Desde ese día lo único que abundó en
los estudios de radio, televisión y redacciones fueron censuras y cuidados en
los mensajes, llamados de atención, levantamiento de programas, clausuras de
emisoras, prohibiciones, temas y personas de las que por “órdenes superiores”
no se podía hablar.
La Junta militar que tomó el poder en
1976 utilizó, de manera sistemática, los medios de comunicación como espacio de
construcción de un discurso oficial que eliminara otras voces a través de la
censura a medios o personas, hasta llegar al extremo de la detención,
desaparición o exilio forzado de periodistas, intelectuales, artistas y
trabajadores del ámbito de la cultura.
Se organizó lentamente hasta alcanzar
una etapa de aceleración a partir de 1974, cuando, dentro del aparato
represivo, dicho discurso tomó a su cargo lo que en el lenguaje de entonces dio
en llamarse ‘guerra ideológica’: el espacio final donde a juicio de los
militares y de sus apoyos civiles se generaba la ‘subversión’.
“En la década del ’70 el modelo a
seguir tenía una fisonomía persecuta. Había una construcción teórica que era
evitar la inserción o la dominación del enemigo común subversivo, guerrillero,
terrorista. Colocaban un sujeto específico y había una acción apuntando a
demonizarlo”, manifestó el abogado Norberto Olivares.
Desde el punto de vista cultural y
político, podríamos diferenciar dos momentos del período 1976-1983. Por un
lado, una primera etapa que abarca hasta 1980, en la cual se evidencian más
crudamente la represión, la censura y las persecuciones. Luego encontramos una
segunda etapa, que abarca los inicios de la década hasta 1983 y que incluye la
guerra de Malvinas.
El primer período es visto como
continuidad de una etapa previa, iniciada entre fines de 1974 y comienzos de
1975, donde la derecha peronista dominada por José López Rega toma parte en el
gobierno de Isabel Perón. Es a partir de este momento que comienzan la
violencia parapolicial y la violación de los derechos humanos. En esta etapa se
puede analizar la actitud de muchos empresarios periodísticos argentinos,
quienes, coherentes con sus propios intereses, apoyaron el golpe y optaron por
no favorecer a las organizaciones “guerrilleras”, propiciando así la
autocensura y la desinformación.
El 24 de marzo de 1977, a un año del
golpe, el periodista Rodolfo Walsh publica su “Carta abierta de un escritor a
la Junta Militar”, antes de ser secuestrado y desaparecido. En ella realiza un
balance de ese primer año de gobierno, denunciando la censura de prensa y la
persecución a intelectuales, la desaparición de personas y la miseria
económica, entre otras atrocidades producidas por el gobierno de facto. Durante
el campeonato mundial de fútbol de 1978, diversos organismos de derechos
humanos denunciaban en el extranjero la desaparición de personas, mientras la
gran mayoría de los medios gráficos de circulación masiva mencionó una campaña
de desprestigio, defendiendo la imagen del país, aparentemente “atacada desde
el extranjero”. El lema reproducido por varios medios era “Los argentinos somos
derechos y humanos”.
“En el proceso militar no existía no
solamente nada de lo que hoy existe sino que el Estado se había transformado en
un Estado terrorista, por ende todo lo que no eran ellos era subversivo y como
corresponde a una dominación de ese tipo, nunca definen las
características del subversivo porque si
no acoto y lo que ellos no quería era acotar” dijo Alicia Acquarone, politóloga
y docente en la Universidad Nacional de Rosario.
El subversivo podía ser tanto un
joven estudiante, una persona que tenía barba como podía ser un representante o
delegado sindical o simplemente una persona que tuviera alguna propiedad que a
ellos le interesaba porque también el proceso militar no solo iba en contra de
las ideas si no también iba atrás del capital.
“Los medios necesitan ver que el
sistema democrático no funciona, que el gobierno no puede manejar la situación,
que todo está perdido, que hay un desorden. Lo que existen son distintos
sentidos de orden, pero ellos no pueden mostrar su sentido de orden porque las
mayorías no concuerdan con su sentido de orden, lo único que les queda es crear
la idea del desorden. Esto crea en el oyente la idea de que está todo perdido”
agregó Acquarone. “La criminalización fue en el proceso, porque como ellos
estaban en el poder, no podían decir que había un desorden”, finalizó.

Principalmente los medios masivos,
tomaron un rol protagónico, ayudando a crear en el imaginario colectivo la
necesidad de la presencia de los militares en el país, demonizando a
determinados sectores de la sociedad, calificándolos como subversivos y como el
enemigo, que podían poner en peligro los planes que pretendían llevar adelante.
Fuentes informativas:
Entrevista a Alicia Acquarone,
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